sábado, 24 de noviembre de 2007


Baco me llamó temprano esta noche (¿y quien soy yo para decirle que no a Nicho?), vino a mi vestido de Merlot Argentino y no pude negarme. Sonaron las trompetas al son del corcho, que entrelazado en mi navaja suiza (si, no entiendo de glamour cuando de utensilios bélicos se trata) dejó salir al genio por once años embotellado (si, buena cosecha, lo sé).
Hablar de vino es hablar de buenos tiempos, de buenas cosechas, de buenas convivencias y de malas experiencias. Todos al unísono, todos a la vez pero todos perfectamente delimitados, cada momento y cada botella, cada triunfo a la alza de la copa y cada magnolia caída en cumplimiento de un deber que nos empeñamos en cumplir y que nadie osa reclamar, pero todo unido en un trago que no cobra la cuenta hasta el momento de abrir los ojos y recordar: “Debí optar por el bordeaux”.
Aún enrojecido por la pelea que el corcho no pudo ganar esta vez (chingados argentinos, hasta para eso tienen que joder la existencia) me dejo llevar por el espíritu del vino y caigo en los brazos de morfeo (aunque se encele Roma) para despertar sabiendo que fui abatido por el único “rival” al que no pienso combatir y ante el cual puedo perder mil batallas.