miércoles, 10 de octubre de 2007


Cuatro pantallas al centro, una para cada gigante que, unidos por una causa muerta antes de tiempo, forman al coloso que despierta de su letargo de mas de una década.
Yo al frente, incrédulo, con los sentimientos a flor de piel y quasi babeante, mirando atónito lo que creía imposible desde hace tiempo ya..............

.....................”nos veremos en el exilio o en una celda” me repetía desde mi adolescencia pero no esperaba que fuera en la primera hipótesis, menos que casi pudiera tocarlos y aunque, después del momento precioso, le sucediera la vulgaridad, aun despues de sobrevivir a la tres veces victoriosa Ciudad de Aldama, en la prision del deseo que estuvimos, mil pedazos al viento nos separarían en un estruendo de gargantas deseosas de mas.
Al mezclarse la sangre gitana que llevaban dibujarían la espiral de la derrota y oscurecería bajo el efecto de la adormiera y el peso de mis pestañas en una mala hora. Al mirarlos no pude evitar preguntarme. ¿Qué les hizo alejarse de su orilla intranquila? ¿tan siquiera en éste instante pensarán en aquellos días? Quizás en éste precioso momento puedan ser como tu que quizás no naciste para perder pero si para apostar.
Al escapar de su celda de ego, el héroe sin ilusión despertó la furia de 60,000 gargantas entumidas de tanto esperar y con su nombre por bandera se dijeron: “Silencio!!! He oído una voz...” lo que me provocó dar la vuelta con miedo a mirar atrás, a quienes coreaban al unísono sin siquiera saber nuestros nombres en un mar que no cesaba de moverse y que no dejaba aire con que respirar, pero que sin embargo me hacían sentir tan fuerte que pensaba que nadie me podía tocar.
Ésa noche la ingenuidad me absolvió de equivocarme y quise morir de siesta, aunque aun nos quedaban cosas por hacer y no podía dar un paso, estaba estancado y tenía tantas cosas por decir y no pude hablar. Son tantos los instantes que he ignorado ya, capaces de haberme salvado.
Occidente se cagó de miedo al escuchar: “...en un ataúd guardo tu tacto y una corona...” y nos empequeñeció la altura, no se pudo evitar (se me atascaron las ideas entre tantas rosa y espinas que me clavé).
Ya al final, con los brazos de la fiebre que aún abarcaban mi frente me retiré, con el recuerdo de un héroe de leyenda, sin saber siquiera si estuvo ahí o si alguna vez se fue.